Las
hipótesis sobre el remedio para acabar con vampiros son diversas. La
más mencionada es la estaca en el corazón y la decapitación. Pero
qué es lo que motiva esta creencia en el fondo mismo del mito.
Veamos,
el vampiro substrae sangre —savia de la vida—, incluso el alma.
Por oposición, la estaca mortal contra este demonio ha de ser de
madera. Madera que bien podría simbolizar uno de los árboles
emblemáticos del Edén; no el de la vida eterna, pues su función es
otra, sino el del bien y del mal. Para Eva y Adán y su progenie
dicho árbol nos significó la muerte segura —tarde o temprano
todos hemos de morir, pese a que nos angustiemos como Gilgamesh—;
nuestras vidas terminarán en algún momento, es inevitable. Y esa
muerte puede alcanzar a los vampiros, ni ellos son invulnerables al
fruto de la sabiduría.
Más
interesante aún es que esto nos lleva a la reflexión sobre los
árboles: ¿así como la diversidad humana de nuestros tiempos se
explica en aquella pareja simbólica, Adán y Eva, de modo similar
todo árbol descenderá de aquel árbol del bien y del mal, y de ahí
que su utilidad para nuestra especie sea indiscutible? Es decir, un
árbol ostentaba el fruto tentador que nos legó la muerte, y sus
descendientes nos han acompañado con fresca sombra, alimento e
insumos para darnos techo, muebles y utensilios. Sin embargo, no
todos los árboles son frutales, ¿de modo que podríamos decir que
los árboles eficaces para elaborar estacas mortíferas serían
provenientes de árboles que den fruto comestible para la humanidad?
Eso parece.
El
golpe en el corazón, a reserva de añadir más tarde algunas ideas,
es evidente: maquinalmente bombea la savia de la vida, en él se
manifiestan íntimamente las emociones a partir de sus latidos, esos
latidos son garantía de vida en el cuerpo y su curiosa disposición
ligeramente a la izquierda en el pecho nos hace pensar en un misterio
más profundo, social, político y personal. El lado izquierdo en el
cerebro es calculador, el corazón a la izquierda quizá compensa con
su lenguaje la llaga del dolor o el relámpago de la alegría:
piensa, pero también siente: no olvides que tu humanidad te limita.
Así,
clavar una estaca en el corazón del vampiro es una metáfora. El
bien y el mal tiene en la madera su símbolo, destrozar este órgano
con la sabiduría, arrasa a todo cuanto tiene vida, como también la
hace florecer.
Cabe
preguntarnos: ¿serviría el arma de metal? Todo indica que sí. ¿Por
qué? La materia habrá evolucionado en manos del espíritu humano,
hoy la substituye el símbolo de la tierra: si somos hechos a partir
de carbono (como todas las formas orgánicas), también de los
componentes del lodo primigenio que nos da forma y vida: hierro
(importante componente en la sangre), calcio, fósforo, etcétera.
Pero
la decapitación es más tajante, para ello ha de usarse metal o luz.
Metal, por ser fruto de la tierra que nos da origen simbólico, un
origen inmarcesible, como el alma misma, y luz (lásser, por ejemplo,
un fuego manipulado por la actual tecnología) por resultarles
intolerable a estos demonios. A la luz, la pareja primigenia que
desobedeció, se ocultaba ante el Creador; no deseaban ser vistos,
por su vergüenza, vergüenza que quizá simboliza ese mismo terror y
hasta peligro en vampiros. Su pecado de desobediencia pues, es
reconcentrado al punto de que la luz los aniquila en ciertos mitos.
El fuego y su modalidad moderna del haz lásser, serían otros modos
fatales contra el desobediente. Curioso hecho, el fuego es como el
bien y el mal, incluso simboliza el saber; «tener luces» significa ser ilustrado, conocedor, demonio («el que sabe»).
De modo que el vampiro es un símbolo de nuestro lado perverso si lo
dejamos expandirse en nuestros vicios, y de eso se nutrirían los
demonios en caso de posesión.
Cortar
la cabeza es no sólo mutilar el órgano rector de las funciones
vitales en un cuerpo, es además destrozar el espacio donde se
reciben y procesan esas luces, que puede alzarse sobre su mezquina
materialidad en el pensamiento, para iluminarse desde el mal.
Ahora
bien, el mal nada promete pese a sus mentiras; aspira a destruirlo
todo. Porque sí. Por una simple razón: soberbia; su paradójico
símbolo, el más profundo, es la frivolidad, un egoísmo lamentable
y burdo. Lo que sabe, cree que lo es todo; y es muy cierto, sabe,
pero no cree en la cocina, no cree en el procesado mediante el fuego
ni en los sabores, no cree en la vida; desestima los frutos del árbol
para perpetuar esa vida. Opta por el parasitismo, su condena es la
negra noche, a la que condena a la creación misma.
El
mal es un saber que renuncia a la luz a sabiendas, y en esa renuncia
pierde la cabeza.
©Sergio-Jesús
Rodríguez
Asimismo, el vampiro juega con el ser humano, apelando a su ego, ofreciéndole un regalo que le permitirá vivir jóven para siempre, gozando éste de una evidente superioridad física sobre sus congéneres.
ResponderEliminarDesgraciadamente, la realidad es muy diferente, y al ser humano lo obnubila, como mencionas al final, su soberbia, su deseo de ser eterno.
No puede ver; mejor dicho, se niega a ver, su tragicómica realidad: que el ser mirífico frente a él le está ofreciendo la inmortalidad puesto que ya la posee; por lo tanto, en ese mismo momento es su presa. El vampiro juega con él, como un gato juega con un ratón antes de devorarlo, haciéndole creer que tiene la opción de rechazar el regalo que le ofrece, cuando en realidad lo está condenando a la no-vida, sobreviviendo a manera de parásito, escondiéndose de la luz y matando para sobrevivir.
Inmejorable conclusión, Sergio Ulloa. Saludos.
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