sábado, 16 de agosto de 2014

¡Irene!, ¿vampiresa?

Es habitual que cuando visitamos cementerios leamos las inscripciones y epitafios de las tumbas. En el famosísimo panteón de Belén (en Guadalajara, Jalisco) hay una inscripción que me enterneció la primera vez que la vi, hace ya varias décadas. Es sencilla, contundente y conmovedora hasta las lágrimas, y de hecho es una sola palabra, y qué palabra: «¡Irene!»
  Cuánto dolor, cuánta pasión, cuánto amor hay concentrados en esta inscripción que su amante decidió labrar con su solo nombre entre signos admirativos: «¡Irene!»
  Por supuesto, para cualquier escritor (y anticipo que Dios primero he de dedicarle un cuento más adelante a esta romántica convergencia) se advertirá bastante tela que cortar en la hermosa, triangular y siniestra coincidencia que describo a continuación: nótese, el vampiro del panteón de Belén (el cual es también punto nodal en mi Expediente Is34:14), el nombre «¡Irene!» labrado en una cripta y un magnífico poema de nada más y nada menos que el universal Edgar Allan Poe.
  He buscado información sobre la Irene real, pero hasta ahora me he quedado muy limitado en la pesquisa, asimismo les debo la foto de la inscripción citada, pero por el momento les dejo este vampírico poema de Poe, que lleva justo el nombre de la amada.



Irene

A la medianoche, en la casa de junio, suave y bruna,
Permanecí de pie bajo aquella mística luna.
Un vapor embriagante, somnoliento,
Exhalaba sobre el valle su encantamiento,
Fluyendo gota a gota, suavemente,
Sobre la cresta calma del monte,
Robaba el delicado sopor musical
De aquel profundo del valle universal.
El romero crece sobre la tumba,
El lirio corre sobre la marea;
Envolviendo la niebla aérea,
Y las ruinas descansan juntas.
¡Mirad! Semejante al Leteo duerme el lago,
Un reposo sin tregua en su mundo soñado;
Y del sopor consciente no quiere despertar,
¡Toda la belleza duerme!
Allí donde sueña Irene,
Sola con su destino.

¡Oh, Dama brillante! ¿Puede ser real
Esta ventana abierta hacia la noche?
Los aires furiosos, desde la copa de los árboles
Ríen a través del trémulo cristal.
El aire descarnado, camino del hechizo,
Atraviesa la habitación con paso herido;
Ondeando las cortinas violentamente
-Tan terriblemente-
Abatiendo el frío marco cerrado,
Donde tu alma durmiente yace oculta.
Por el suelo y sobre los gastados muros,
Como fantasmas bailan las sombras.
¡Oh, querida Señora! ¿Acaso no temes?
¿Porqué permaneces aquí soñando?
De seguro puedes viajar hacia el mar lejano,
Una maravilla para estos árboles cansados.
¡Extraña es tu palidez! Extraño es tu vestido,
Pero sobre todo, extraña es tu delgada forma
En esta silenciosa y solemne hora.

¡La Señora duerme! ¡Oh, tal vez duerma
Un sueño perdurable, profundo!
El cielo te conserva en su santo seno,
Y este cuarto se ha hecho eterno,
Este lecho ha crecido, profético.
Ruego a Dios que ella pueda reposar
Por siempre con los ojos cerrados,
Mientras su pálido fantasma pasa a mi lado.

¡Mi Amor! ¡Ella duerme! ¡Oh, tal vez duerma
Un sueño interminable, incorrupto!
¡Piadosos serán los gusanos con su carne!
Lejos en el bosque, oscuro y viejo,
Tal vez las bisagras de su cripta se abran,
Una bóveda que a menudo absorbe la noche,
Y las negras alas al amanecer volverán,
Triunfantes sobre la pálida cresta,
Reina de una familia sepulcral.
Algunas criptas, remotas, distantes,
Cuyas puertas fueron abatidas por su mano de niña,
Lanzando en la infancia inocentes piedras;
Algunas tumbas, de cuyas sórdidas grietas
Ella nunca volverá a escuchar los ecos,
¡Es horrible pensar en los pobres niños del pecado!
Pues fueron los muertos quienes te llamaron.

Edgar Allan Poe



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